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De farsas y títeres III

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Foto: Notimex

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Vianey Lamas
Escritora independiente
@Vianey_Lamas

Una invitación llegada de tierras lejanas fue recibida en Palacio Nacional de Nueva Hamelín. El títere que gobernada se sintió halagado ante tal distinción. “Qué bien me hará salir unos días de aquí” Pensó. Estaba por vivir una especie de “cuento de hadas”. Aquel reino era un lugar de ensueño donde todo marchaba en orden. Había autoridad en el gobierno y los ciudadanos tenían respeto hacía ellos mismos y la ley.

El títere y su comitiva fueron recibidos con bombo y platillo con todo lo que conlleva una visita de Estado. Protocolo, pompa y circunstancia. Como toda una Cenicienta, fue transportado en carroza junto a una auténtica reina. Llevó a cabo la apretada agenda. Firmas, acuerdos, foros de negocios, ofrendas florales, cenas de gala no podían faltar. Durmió en los aposentos reales, quizás soñando en quedarse ahí y “ser feliz para siempre”, pero ya hacía tiempo que sus sueños eran pesadillas.

Madejas de hilos enredados, laberintos sin salida, risas burlonas, dedos señalándolo, espejos rotos ensangrentados, gritos de clamor eran parte no sólo de su mundo onírico sino de una realidad cada vez más oscura. Al menos se había sincerado con los heraldos de aquel reino, cosa que era incapaz de hacer en su propia nación.

Compartir una taza de té con su majestad era algo obligado. Se quedó mirándola. ¿Cuál sería su secreto? Imposible preguntarle. Su sola presencia imponía respeto. Su palabra era ley y su autoridad era incuestionable. Sus súbditos la honraban, sin duda cuando ya no estuviera dejaría un gran vacío en el trono.

Y en medio de aquel mundo que no era suyo, le fue regalado un atisbo, un vistazo de lo que podría ser si tan sólo tenía el coraje, el valor y la voluntad de actuar. Entre tanto enredo de sus elaborados hilos, tenía una hebra que deseaba soltarse, después de todo el anhelo de cualquier títere es volverse real. ¿Se habría sentido inspirado por aquella emblemática reina? ¡Qué lejos estaba de sus atributos! En unos instantes de honestidad profunda se dio cuenta de lo equivocado que estaba y del rumbo perdido por el que llevaba su propio reino.

Ya las palabras no bastaban para cubrir lo caduco y putrefacto. El pueblo se había quitado las vendas de los ojos y exigía justicia y seguridad. Algunas antorchas ya estaban encendidas. Estaba perdiendo el control en algunos puntos estratégicos de su territorio. La paz social pendía de un hilo. No podía darse el lujo de cometer más errores. La cuerda de la gobernabilidad estaba demasiado tensa. ¡Esa era la realidad que se negaba a ver!

El encanto de aquella tierra de primer mundo lo hizo fantasear. Si tan sólo pudiera cortar las cuerdas de sus titiriteros. Un “libro del conocimiento” también le hacía falta. Tal vez una “espada contra la impunidad” y una “balanza de justicia” le serían de mucha utilidad. Se imaginó en lo grande que podría llegar a ser si tan sólo se atrevía a ejercer un verdadero poder y liderazgo. Le urgía una nueva brújula.

Como en todo cuento de hadas, el hechizo terminó. El gran reloj del parlamento marcó la hora de volver a la realidad. La carroza se volvió calabaza de nuevo y los lacayos, ratones.

En Nueva Hamelín lo estaban esperando todos los problemas no resueltos, el hartazgo del pueblo era una bomba de tiempo. Se necesitaba de acciones enérgicas y congruentes. ¿Sería capaz de hacerlo? Aquella visita ¿le habría hecho cambiar la mirada?

Quizás todavía tenía una oportunidad.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


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